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domingo, 11 de septiembre de 2016

Le abrí la puerta a la muy puta

Anoche la nostalgia llamó a mi puerta, y, por una vez la abrí la puerta y dejé que pasara un rato. Solo un rato, me prometí.
Le dejé pasar porque había montón de cosas que recordar. Porque hay que cerrar etapas, porque la vida sigue, la gente se va y la nostalgia sigue doliendo.
Nos sentamos a hablar, y la muy puta me recordó cada dolor, cada lágrima, cada sonrisa, cada caricia que ese cabrón olvidó borrar de mi piel.
La muy zorra se rió y me recordó lo que me iba a doler verle partir. Lo vacía que me iba a sentir al tener que despedir a una de las chicas más maravillosas que jamás he tenido el placer de conocer.
Me recordó que esos abrazos, esas palabras y esas sonrisas eran suyas y de nadie más.
Y lloré, lloré por ser egoísta y no querer verla partir.
Lloré porque sé que jamás tendré palabras suficientes para agradecerle todos y cada unos de los momentos que me ha regalado.
La nostalgia se tumbó en mi cama, en ese hueco tan suyo, entre mi cuerpo y la pared. Y me sonrió con esa sonrisa tan mala, tan suya. Y yo, que no iba a ser maleducada se la devolví.
Sacó el álbum de fotos y me demostró lo mucho que han cambiado los años, que la niña que era ya no es, se fue. Que los miedos siguen siendo los mismos, que las heridas siguen abiertas, que el tiempo pasa y no regresa.
Me miró y me recordó que los corazones rotos, estarán rotos siempre, que los huecos vacíos solo estarán vacíos el tiempo que tú quieras.
Antes de irse, me prometió volver, no muy tarde.

SM.

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