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sábado, 2 de enero de 2016

Me acordé de ti

Hace un par de días, como me es costumbre, me acordé de ti. Me acordé de ti con todo lo que eso conlleva, todo ese torbellino de recuerdos, tanto buenos como malos; aunque como nos pasa a todos, los buenos eran mucho más claros y reales.

Me parece increíble la facilidad con la que algunas personas entran en tu vida con pasos absurdamente fuertes y armando más ruido y jaleo del que te hubiese gustado, rompiendo todos los esquemas que algún día llegaste a tener, desordenándote por completo y creando un caos infinito que acaba por convertirse en tu droga personal.

A mi me gusta llamarlos amores destructivos. Esos que te marcan tan fuerte que, tras el paso del tiempo, seguirás notando el ardor de la herida en tu piel.

Un continuo amor-odio.

Con estos amores aprendes. Con él aprendiste lo que era querer a alguien hasta el punto de sentir que el resto del mundo se atenuaba hasta desaparecer, aprendiste lo que era querer tanto que dolía. Él te enseñó que no hace falta cerrar los ojos para soñar, te enseñó a ver la vida de otro color, a ver las piscinas llenas y a saltar al vacío en cada precipicio. Con él aprendiste lo que era el dolor, el dolor de que te arranquen una parte de ti, el dolor de ahogarte sin su presencia.

Aprendiste la diferencia entre ver pasar los minutos, las horas, los días, y perder la noción del tiempo, vivir en un infinito donde sólo importaban sus caricias. Que uno más uno pueden ser diez y que hay manos que encajan perfectamente. Que él era la pieza central de tu puzzle y que sin ella estabas perdida y ninguna ya encajaba, que había batallas, heridas y cicatrices que merecían la pena.

Aprendiste lo que era pelearse, discutir a gritos, lloros y huidas, aprendiste que, a veces, los puñetazos a las farolas, los gritos entre lloros y el “no puedo más contigo”, podía significar mucho más que un “te quiero”.

Él te enseñó a subir hasta las nubes para después dejarte caer porque sabías que estaría ahí abajo, contigo, te enseñó lo que significaba aquello de estar enamorado.

Pero el problema viene cuando la destrucción ya no te deja respirar. Porque cuando le conociste, ambos sabíais como iba a terminar, porque querer tanto puede ser demasiado peligroso, porque aunque la felicidad es diez veces mayor, el golpe suele ser 15 veces más fuerte.

Sabíamos perfectamente como acabaría esto, que las heridas se irían sumando hasta el punto en el que ningún beso, ninguna caricia sería capaz de curarlas, que el dolor sobrepasaría las ganas de luchar y la ilusión. Que tras cada calada, verías el cigarro consumirse cada vez más rápido, y esta vez, sabías que será el último.

Porque al final, el amor siempre resiste mucho más de lo que dura y nos aferramos al miedo de dejarnos ir. Porque todo lo que arreglamos con besos, lo rompimos con palabras, y ya sólo nos entendíamos con las luces apagadas.

Él te enseñó a querer, pero no a olvidar, y tú pensabas que eso era parte del proceso, que el tiempo lo curaba todo, y, a ser posible, rápido. Ha pasado el tiempo y ves lo equivocada que estabas, porque sigues tropezando con los pedazos de lo que un día él rompió, porque él te enseñó a vivir, a querer, a que te temblasen las piernas al acercarte, pero a un precio demasiado alto, un precio que no estás dispuesta a pagar ahora con nadie más, y ahora crees que ese sentimiento viene acompañado de aquel dolor.

Por eso, cuando alguien se acerca, cuando alguien pretende entrar en tu vida, decides que es mejor alejarse, sin pensar que a veces es peor el remedio que la enfermedad. Es un quiero pero no puedo, porque te llena la sensación de que nadie podrá hacerte sentir algo igual, la idea de querer a alguien con tanta fuerza como le quisiste a él te resulta demasiado ridícula, porque solo quedan los restos de un tal vez que no ha cicatrizado.

¿Pero cómo quieres que deje de ser ridículo si luchas contra toda persona que intenta quererte, abrirse paso?. Porque has decidido montar tu propio puzzle en el desastre, donde vas poniendo y quitando piezas al azar, que encajan o no, pero sin orden ni sentido, porque has decidido empezar la casa por el tejado para poder ir tirándola abajo cada vez que se tambalea.

SM.

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