Seguidores

domingo, 3 de enero de 2016

¿Recuerdas?

¿Recuerdas cómo se llenó el mundo de poesía cuando hicimos el amor? Parecía que, en vez de besarte, te escribía versos en la boca.

¿Lo recuerdas? Ay, no sé si leía poemas o eran mis manos las que te leían a ti; si aquello era un crescendo encadenado de mi pecho a tus labios o si es que de repente mi vida comenzaba a rimar.
No sé, no consigo distinguir si aquello que hicimos fue el amor o darle la vuelta a los puntos finales; si fueron versos libres los que se escondieron entre tu pelo y mi vientre o eran mis dedos y tus caricias.
Y por eso yo ahora no puedo terminar los poemas; porque esa noche no fue tu mano lo que me diste, sino papel y lápiz.
Igual es que estás hecho de palabras; eso explicaría lo fácil que resulta nombrarte en todo lo que no existe. Me creería, entonces, que estés en tantas letras como musas se han escrito, y que no podamos pasar página porque no hemos terminado de escribirnos. Entendería, ahora, después de conocerte, el sentido de los silencios, porque silencio es eso que hay tras tu voz. Comprendería, por fin, mi fracaso al intentar olvidarme primero de tu nombre y después de nada más, porque no existe el después a tu olvido.
Ya sabes, hacerte el amor es como empezar una frase y terminarla.
Recuérdalo, fue como si el techo de tu habitación se llenara de pronto de nubes y, tú y yo ahí abajo, volando, tan ausentes a todo lo que no fueran nuestras alas -quiero decir, nuestras bocas-; justificándonos al margen izquierdo de tu cama, dando la vuelta a las sábanas y a nuestros cuerpos para no dejar ni un centímetro sin (des)cosernos; abriéndonos tanto que perdimos la consciencia y nos caímos uno dentro del otro -te prometo que no miento si te digo que nunca me he sentido más lleno que cuando me caí dentro de ti-.
Acuérdate de cómo el mundo, por fin, se convertía en una mentira y nosotros éramos la única verdad. De cómo nos besábamos, como si tuviéramos toda la vida para hacerlo, como si supiéramos con total certeza que el último beso sería como el final de las canciones y no llegaría jamás, como si besándonos consiguiéramos quedarnos allí, juntos -fueron tantas las ganas de comerte a besos que es imposible que este hambre se pase-.
Acuérdate de cómo vencimos al sol bailándonos, estallando todas las letras del abecedario, las ocho notas de la escala; de cómo, entre gemido y gemido, te llené la lengua de palabras en el viento; de cómo, entre gemido y gemido, me llenaste el vientre de canciones bajo la lluvia.
Acuérdate, recuérdalo, lo difícil no es olvidarte, es querer hacerlo.
Lo fácil no es recordarte, escribirte, imaginarte o soñarte.
Lo fácil son estas ganas de querer
volver a tenerte.
Por eso tienes que acordarte, y recordarlo, y no olvidarlo, y pensar que una noche fuimos tan libres
que se nos quedaron los labios salados y los ojos empañados, como si lloviera hacia arriba y se nos despeinara el pelo y cerráramos el paraguas para ahogarnos -no habrá mejor tormenta que la que sucedió en mis ojos cuando te besé por primera vez-. Como si querernos fuera como nadar en el océano: algo tan inmenso como imposible.
Por eso, acuérdate, recuérdalo. Porque recordarnos es lo único que podemos hacernos.

SM.

No hay comentarios:

Publicar un comentario